Capítulo VIII
El buen orador se esmera en el lenguaje-I
Entre las posibles personalidades y cualidades que un orador puede poseer para la oratoria y la comunicación, en general, existen tres tipos claramente reconocibles por los receptores de sus respectivos mensajes, a saber:
- Al que, ni siquiera, nos apetece oír.
- Al que, como mucho, solo oímos.
- Al que no queremos dejar de prestarle atención.
Lógicamente, procure no pertenecer a ninguno de los dos grupos primeros. Es el último modelo de orador –al que no queremos dejar de prestarle atención– quien debe marcar la referencia de calidad comunicativa idónea y al que, basándose en sus mismas técnicas y habilidades, deberá emular. ¿Y cuáles son las características más destacadas para conseguir que los receptores de sus mensajes le escuchemos atentamente y con interés? La primera de ellas, elemental e insustituible, ¡parecer buena persona!
Tenga usted la profesión que tenga, bombero, policía, funcionario, profesor, carpintero, fontanero, investigador, ingeniero, periodista, político, juez, chófer, abogado, militar, médico, secretario o cualquier otra, la que sea, esta condición primaria es un eje inexcusable por el que gira cualquier comparecencia pública.
La gente de bien, o sea, la mayoría de quien le escucha, solo se cree aquello que proviene de personas como ellos, con buenos sentimientos y con deseos laudables; piense en la reacción negativa que usted mismo tiene cuando recibe un mensaje proveniente de alguien que destila maldad, abuso, oscuridad personal o propósitos espurios, entre otros posibles múltiples aspectos descalificativos.
Y, por cierto, transmitir que usted es buena persona no le resta a su intervención pública ni un ápice de calidad profesional, ni de capacidad intelectual, ni de bagaje cultural; es absolutamente compatible, y deseable, vincular las buenas sensaciones humanas –conocidas por toda su audiencia– con el grado de cualificación técnica o humanista que usted posea.
Seguidamente, apelo a su autoestima, una vez más. No dude, ni un segundo, en sus posibilidades reales de crecimiento y aprendizaje. Aunque le cueste, a pesar de que le parezca más complejo de lo que esperaba, aunque los avances que vaya experimentando en el proceso de asimilación de las técnicas correspondientes le puedan parecer lentos y pesados, permanezca en el camino sin abandonar el proyecto. La constancia y la convicción personal dependen de usted y, precisamente, son estas dos piezas necesarias para el desarrollo adecuado y para la consecución final de los futuros altísimos niveles de calidad que, seguro, alcanzará.
A modo de confirmación acerca de que con tesón y confianza en sí mismo se alcanzan objetivos deseados, y con el propósito de animarle a que no ceje en su camino hacia la calidad comunicativa, le recuerdo dos destacados ejemplos con personajes históricos como protagonistas:
Thomas Alva Edison: Tras más de 9000 intentos, inventó la lámpara incandescente. Su singular personalidad era tal, que llegó a decir que los miles de intentos previos no eran fracasos, sino maneras de demostrar con qué elementos y de qué manera no se generaba luz.
Abraham Lincoln: Tras 28 años de fracasos políticos y elecciones perdidas, llegó a ser presidente de los Estado Unidos con 51 años de edad. Según él “perder no es fracasar, ni resbalarse es caerse”.
Por eso lo consiguió; coincido con esta sentencia de Lincoln, plenamente.